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No me esperes en abril

Escrito por: Marcia León Eulogio

Publicado: 2022-04-14

Las hojas de los árboles respiraron fuertes y rápidas bocanadas de viento. Las partículas no se quedaban más en el aire, inamovibles, cargadas del mismo calor impasible que tenían el día en que Meursault mató al árabe. El sol, en un término medio precioso, confundía la felicidad de verlo brillar y la impotencia de rememorar su ausencia en la ciudad gris. Cuando el apocalipsis llegó a su fin, además del clima regular de la capital y las caras medio cubiertas, entre los habitantes quedó el sabor amargo del que sabe que se avecina un nuevo ciclo de desgracias.

Uno de los hombres tuvo la valentía de huir antes de que los demás siquiera supieran qué iba a pasar. Un sábado en la tarde, mientras subía por la costanera, se dio cuenta de que el cielo ya no era naranja, sino rojo. “La agonía del que sabe que no puede hacer nada”, pensó. Fue así como preparó sus maletas y tomó el primer bus que lo llevara lejos de lo que más odiaba: los cielos grises. El mismo día en que partió, la ciudad cerró sus puertas y él se quedó lejos, aliviado de haber sido capaz de saber cuándo retirarse.

La ciudad sufrió de escasez y violencia durante muchos días. Las cámaras lo captaron perfectamente, sin embargo, por más resolución y buena señal que tuvieran, lo único que no podían captar era el cambio que ocurría dentro de cada habitante. Una mujer, descubrió, por ejemplo, que el amor que tanto entregaba a los demás era espurio y que más valía aprender a quererse primero antes de andar por la vida regalando algo que no tenía. El día en que cerraron la ciudad se quedó sola por primera vez y ahí fue que comprendió que la cena era mejor cocinarla para uno, porque nadie iba a llegar de visita.

Cuando la primera desgracia pasó, las hojas de los árboles estaban en el suelo y formaban un manto perfecto para todo aquel que quisiera escuchar el crujido de una pisada. El cielo ahora estaba hecho de partículas de agua, 97% de humedad según los expertos. Meursault estaba muerto y seguro ya tenía una condena infinita en el infierno. Abril llegó a pasos agigantados y no dejó tiempo para reflexionar sobre lo que había sucedido. Todas las enseñanzas y cambios se confundieron, como la neblina y el mar de Grau en invierno. El hombre veía todo lo que pasaba a través de esas cámaras con buena resolución, mientras que la mujer se quedó deseando poder amar a alguien el próximo abril.


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