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El prólogo de Beard

Escrito por: Eduardo David Condori Quispe

Publicado: 2022-01-24

Tercera parte

En la semioscuridad de Londres, iluminada tan solo por los viejos faroles del siglo pasado, el segundo entrenador del “Richmond FC” huía de la lluvia cómodamente. A la mitad de Portland, como quien se dirige a la Iglesia de Saint John, Beard encuentra el amparo angosto de un pequeño tendal a la espalda de una residencia estudiantil. Se pone a cubierta dejándose caer y descubre su pierna derecha. El cortés apartado de sangre le hace pensar en una herramienta de cocina, corta un pedazo de impermeable y lo amarra a la altura del sóleo para detener el escape. [Verdad que es triste quedarse solo], lo intenta de nuevo, quiere responderle lo más pronto posible, mantiene presionado el botón derecho del teléfono y se reduce la ausencia de luz, la manzana mordida resalta para luego apagarse otra vez. Parece que la lluvia cambia de dirección, Beard intenta contener el tiempo contando los días en los que esperó ese mensaje de Jane, se pregunta por qué él nunca demoró en decir algo así.

Rcihmond lluvioso

Segunda parte

“NUEVE, NUEVE, NUEVE”

Beard no entiende como encalló al Unicornio Azul

“NUEVE, NUEVE, NUEVE”

La música de La Polla Records no le deja escucharse, dos hombres repetían a gritos la misma palabra en el estrado

“NUEVE, NUEVE de cada DIEZ dentistas recomiendan un chicle sin azúcar una vez a la semana, ESTA NOCHE, en exclusiva, para todos nosotros, el cabrón que recomienda un chicle CON AZÚCAR…”

La gente se quiebra de risa, Beard por un momento quisiera entender español. Los tres jóvenes que lo escoltan se lo llevan a una mesa de billar y ordenan en el borde tapizado todo el dinero que llevan encima [catorce libras], Beard completa lo que tienen y pide para él un Monkey Gland Azul sin jarabe de granadina. El espacio no era tan grande como para hacer conciertos indie pero tampoco tan pequeño para ser un tap bar, el show de comedia anulaba cualquier posibilidad de conversar y las lunas circulares solo eran accesos de luz que de noche perdían utilidad. Era el segundo piso de una iglesia luterana ocupada de forma ilegal por siete punketos que convertían el lugar en un club privado doce noches al año, de las cuales la mitad sucedían en diciembre. En la pared colgaban fotos de los organizadores con el Zorro Borgetti y Santi Cazorla, además de un vasto dibujo de la escena de Speroni tapándole un tiro a Diego Lugano, nombres que Beard no había oído a lo largo de su vida. Llega su trago – El cantinero nos dijo que los Monkey Gland solo son naranjas y que sin granadina son amarillos – se da cuenta que no entendieron la broma – Nos quedaremos un par de noches aquí, el primer piso es una especie de alojo tribal.

[Verdad que es triste quedarse solo] Beard siente algo caliente en la pantorrilla y al bajar la mano interesado, un surco en su bolsillo le recuerda el celular – Quería decirte algo – cuatro nuevos mensajes – No deberías avergonzarte por perder contra el equipo de Ian Curtis – era Jane – Yo no entiendo nada de fútbol y estoy segura que tú tampoco, has visto más partidos de los Cleveland Browns que goles del Richmond la temporada pasada – Beard ya estaba acostumbrado a que le recuerden su lugar como Estadounidense – Te quiero, Beard; ven a casa.

Speroni ahogándole una situación clara de gol a Lugano, en un Crystal Palace-West Bromwich.

Primera parte

Editorial Deportiva del Independent poco tiempo después del partido:

“Desde 1986 que no se había perdido una semifinal de FA Cup por seis goles de diferencia. El Richmond FC, un equipo de segunda división con dos entrenadores americanos sin ninguna experiencia en lo que ellos llaman “soccer” habían acabado con su suerte en el histórico estadio de Wembley. Ted Lasso y el “Coach Beard”, de quien no sabemos apellido alguno, salieron por la puerta sur del recinto en donde los esperaban un centenar de hinchas del Manchester City, quienes les tiraron todo tipo de objetos peligrosos. Luego del evento, la presidenta del club declaró que aún confía en el cuerpo técnico de su equipo más allá del resultado, seguiremos informando durante las próximas horas.”

Beard, Beard, Beard, un nombre monosílabo tan fácil de repetir y olvidar. Había descargado las dos primeras temporadas de The Newsroom para verlas durante la concentración del equipo, los travelings abrumadores en la pluma de Aarom Sorkin eran lo único que le permitía olvidar que la respuesta de ella aún no había llegado. De regreso a la ciudad, Beard y Ted se quedaron en el pub más popular de la zona en donde todos los hinchas les reprochaban el resultado antes de pedirles una foto e invitarles a beber; ya se estaban acostumbrando a esos cambios de reacción. Pasaron las horas, se fueron todos y ninguno de los dos hizo más que mirarse y cabecear, ensimismados en pensar un nuevo cambio de estrategia. La puerta se abrió, tres miembros recurrentes de la noche de Richmond entraron descuidados para sentarse a charlar. La multietnicidad del paraje británico había obligado a un bar más inglés que el Rey Jorge a tener en la misma barra a dos americanos, dos pakistaníes y un mexicano, al que reconocieron por explicar que Belice fue un robo más grande que el ocurrido en Malvinas. [Verdad que es triste quedarse solo] Al cabo de una hora, Beard sólo reiteraba el pedido de que lo saquen de ahí a donde sea que lo pudieran destrozar, ya sea con alcohol o asaltos territoriales. Ted cansado, solo pidió irse a dormir.

uN TAP BAR, SIN MESA ALGUNA

*Este escrito referencia el capítulo 9 de la segunda temporada de Ted Lasso, además de un cuento inacabado de J.R.R (El tonel de aceite)


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Empates

Estudiantes ensayando


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