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Guía práctica para ser populista y llegar al poder

Escrito por: Juan Alexander Carranza Aybar 

Publicado: 2022-01-08

¡Felicidades! Acaba de acceder al método con mejores resultados disponible en el mercado. Ya se crea usted el mesías de los oprimidos, o una hija abnegada que busca el indulto para su padre, estará de acuerdo en que llegar al poder a partir de méritos o aptitud intelectual/moral es un despropósito, y que el camino más eficiente es apelar a los temores de la muchedumbre y a propuestas tan dulces como el canto de sirena.

El miedo es tu mejor amigo

Quienes son descritos como populistas (partidos políticos, movimientos, políticos, entre otros) insisten en la idea de que existe un enemigo común que va en contra de las demandas y las necesidades de las masas; un conflicto insalvable entre “ellos” y “el pueblo” en donde solo puede haber un vencedor. El enemigo depende mucho de las circunstancias específicas, sin embargo, debe ser lo suficientemente significativo para poder unir las demandas dispersas de la gente bajo una sola bandera; tal es el ejemplo de los inmigrantes para Donald Trump (seguridad), del imperialismo yanqui para Hugo Chávez (soberanía), o el comunismo para Keiko Fujimori (libertad). De dicho enemigo se debe poder afirmar , tal cual dijo Atila sobre su caballo, que en donde este pisa no vuelve a nacer hierba.

Esta dicotomía social permitirá declarar el derecho del “pueblo” de prevalecer como sociedad en conjunto frente a este enemigo. El cerdo Mayor, de la novela “La Granja de los Animales” de George Orwell, ejemplifica bien esta dinámica al recitar que “todos los males de esta vida nacen de la tiranía de los seres humanos. Eliminad tan sólo al Hombre y el producto de nuestro trabajo será propio, pues todos los hombres son enemigos, todos los animales son camaradas”. En esta vorágine debe prevalecer usted como el pastor que pone orden al rebaño, aquel que conservará la santidad de su tierra y la integridad de su gente; y si sus habilidades en oratoria o catadura moral resultan insuficientes, nunca faltarán personajes insignes que intercedan por usted, como Vargas Llosa al declarar que Keiko debe “salvar al país de un peligro enorme que es caer en manos del totalitarismo”.

Animales rebelándose contra el Sr. Jones - Rebelión en la Granja (1954)

Controlar el discurso es controlar el poder

El ser humano goza de libertad para interpretar sus experiencias con relativa satisfacción, pero también sufre el hecho de toparse con que no existe una interpretación absoluta, única y correcta. Comunicarse entre sí representa un mecanismo de salvaguarda para reducir el nivel de incertidumbre sobre el mundo; por ello, a decir de Foucault, estas formaciones discursivas, más que crear el significado de nuestras experiencias, distribuyen el poder hacia quienes pueden crear y controlar aquello que representa la experiencia.

Para González Prada, la prensa tiene un rol neurálgico en esta dinámica. El periodista, sin desempeñar cargo administrativo y/o político alguno, tiene un alcance sin comparación alguna en el campo de las ideas: mientras que el divulgador científico y el autor de libros conviven con un cerrado e incluso selectivo grupo de lectores, el periodista conversa con las masas a toda hora y en todo lugar. Es bien sabido el desdén que sienten los populistas por la prensa; no obstante, imponer el silencio napoleónico es una idea caduca en un mundo interconectado.

El populista, en lugar de ver en la prensa su némesis, debe usarla similar a como los aqueos se introdujeron con el caballo de Troya en la fortaleza, solo que, en lugar de soldados, se esconden las resonantes y reiteradas ideas vulgarizadoras bajo el manto de la objetividad periodística. Así lo hizo Bismarck, quien tras ganar la guerra prusiana-austriaca en 1866 no dudó en confesar el enorme gasto alemán para comprar el silencio o simpatía de la prensa internacional.

Entra bien en el papel

Existen varios perfiles de líderes populistas, tanto como para elegir (o seguir) aquel que más se acomode a las circunstancias dadas: desde el militar patriota (como Domingo Perón o Velasco Alvarado), hasta el dirigente social que viene desde las bases (Lula da Silva o Evo Morales). No obstante, todo populista debe ser la personificación del deseo de servir al pueblo, bañado de una narrativa de redención y tránsito desde la apatía hacia la conciencia política. Asimismo, debe mantener el equilibrio entre ser lo suficientemente extraordinario para irrogarse la representación del pueblo, y lo ordinario para ser parte de la gente y no ajeno a las problemáticas y experiencias del día a día. Esto resulta muy sencillo si de prensa estatal se trata.

2+2=5 – Radiohead

Lo anterior viene bien acompañado de obras públicas, o mejor aún, de entretenimiento que logre distraer la atención de la muchedumbre y/o reforzar los ideales que favorezcan al populista. Ya lo decía Boétie, la tiranía perdura únicamente por la aquiescencia de los propios tiranizados, y esta aquiescencia puede lograrse mediante la satisfacción inmediata que genera el entretenimiento, enajenando al individuo de su entorno hasta que se agoten las energías o el ímpetu de tomar acción sobre aquello que pueda generar zozobra.

Uno pensaría que ser populista en pleno siglo XXI no lleva a sitio alguno; no obstante, el mundo actual nos demuestra que son los partidos y movimientos descritos como populistas quienes van ganando más aceptación. Los problemas nuevos y heredados representan para el populista un campo fértil para para canalizar los miedos y llegar al poder en sus respectivos espacios. No olvide estas tres ideas (ni se embarre demasiado) y probablemente no tendrá que esperar más de quince años para sentarse en un sillón presidencial.


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