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El insoportable peso de la expectativa: algunos remedios para mentes inquietas

Escrito por Sergio Gonzales

Publicado: 2021-11-15

La imaginación no solo ha creado mundos de fantasía e inventos revolucionarios, sino que también es la falsaria más experta, la cortina más difícil de correr cuando nos enfrentamos a observar la realidad. Nos hace oscilar entre la creación (literatura, música, tecnología) y la destrucción (holocaustos, inquisiciones, cruzadas y demás). ¿Alguna vez idealizaste a una persona y adornaste su existencia con cualidades que no tenía? ¿Alguna vez quisiste colmar la esperanza que otros depositaban sobre ti o, más común aún, sobre la que tú mismo creaste? ¿Alguna vez no te atreviste a asumir un reto por la simple figuración de un peligro o riesgo? ¿Alguna vez tus ideas políticas o sociales te sobrepasaron y te hicieron justificar a situaciones vergonzosas que demostraban tu error? Apuesto que sí.

La expectativa es una película que todos hemos creado alguna vez en nuestras mentes. Ahí reside el peligro de las palabras: el relato que inventamos con ellas es un cuento tan real, tan palpable que, cuando se estrella con la realidad, nos provoca un sufrimiento inevitable. La desilusión es una de las fuentes más amargas del arte, pero también una de las mejores maestras para la vida.

Creo que una de las enfermedades más graciosas de la historia de la humanidad es la de jamás aceptar la desilusión. He conocido más Quijotes que Sanchos en el mundo. Quizá sea por comodidad intelectual, quizá por falta de valentía ante la verdad. Muchas veces esta obstinación por el ideal propio crea un mar de mentiras y justificaciones que complican la renuncia a nuestras más firmes figuraciones. Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) es una película increíble de Alejandro González Iñárritu que trata este conflicto.

El drama sitúa a Riggan Thomson sobre la tarima de Broadway para dirigir y actuar en una obra teatral de culto, pero también lo aplasta el zapato del rechazo de la crítica artística neoyorquina que, sin conocer su verdadero talento (sin siquiera estrenarse su obra), lo lapida de entrada por su pasado en el cine comercial como superhéroe. La cinta, imparable en sus tres únicas escenas, con tan solo dos cortes de cámara, persigue el conflicto de Riggan contra Birdman, de su presente contra su pasado, de su verdadero yo contra aquel fantasma con su rostro que el mundo de las opiniones y habladurías creó. La frase que acompaña a nuestro protagonista para lidiar con el infierno de sus inseguridades es simple, pero poderosa para derrotar cualquier juicio: “Una cosa es una cosa, no lo que se dice de esa cosa”. ¿El resto? Ve por la película, que en Cuevana es gratis.

Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia), Riggan Thomson.

Birdman es sobre la expectativa que tiene uno sobre sí mismo, pero ¿también es posible que la inventemos sobre otros? ¡Por supuesto! ¿Y puede ser peor? ¡Siempre puede ser peor! ¿A qué me refiero? Cuando creamos expectativas sobre la persona de la que nos enamoramos. Cuando adornamos nuestro vínculo con el poema del amor de Disney y esperamos a que la otra persona colme nuestras esperanzas, nos llene de mimos, de amor eterno y sin dificultades. Un día, la pareja perfecta se muestra humana y no logra colmar las expectativas que formaron sobre ellos mismos. Entonces, comienzan a aparecer los “te amo” que maquillan la decepción recíproca, en un intento de forzar un idilio caprichoso, y vuelven la relación incongruente, impertinente, falsa. Esto es hermoso y horrible a la vez. Los amantes que no comprenden la desilusión siempre buscan la levedad del amor (sus beneficios… si sabes a lo que me refiero) y no soportan su peso (las responsabilidades de conciliación, los sacrificios personales y los padecimientos). La insoportable levedad del ser de Milán Kundera es esa novela que dibuja esta típica situación de las “relaciones tóxicas” que se crean gracias a la intensa expectativa de fuego que crean los amantes.

Tomás y Teresa se conocieron en un bar. Ella era mesera; él, médico. Se conocieron gracias a la confluencia de seis casualidades. Seis. Una de ellas fue que Tomás cargaba con un libro y Teresa, quien usaba la lectura para sobrellevar el infierno de su infancia, vio en él una esperanza, una salvación del mundo de menosprecio que le creó su madre. En esta jaula mental, los cuerpos eran carne prescindible, sin alma, repetibles y sin valor. Teresa guardó esa inseguridad y creyó que el amor de Tomás la rescataría, que la haría única y valiosa. Por otro lado, Tomás viene de un matrimonio fallido, de explorar con un sinfín de amantes los placeres de sus cuerpos, pero sin asumir con nadie una verdadera responsabilidad, un afecto genuino. Para él, Teresa era un niño perdido que necesitaba ser cuidado, que tenía que proteger de la crueldad del mundo. Sin embargo, por largo tiempo continuó con sus amantes, sin aceptar del todo que se estaba enamorando. Imaginó que podía mantener la levedad del amor, pero el peso de esa responsabilidad era algo que no soportaba. Y he aquí la lección: “si quieres algo por su levedad, no tardará en mostrar su peso insoportable, así que debes aceptarlo. ¿Qué te queda?”. Pero, ¿es el amor un peso que merece la pena soportar? Sí, pero he aquí un tema para otro texto.

Ambos vivieron el tormento gran parte de la novela: él creyendo que la niña no crecería, que no le reclamaría la responsabilidad del amor; ella pensando que su héroe cambiaría, que algún día iba a ser valiosa y única para él. Los celos, las discusiones, la dependencia mutua, el hastío y la desesperación invaden a nuestros dos amantes. ¿Qué pasó al final? Si te interesa, deberías leer la novela.

Epicteto, un estoico griego, recomienda que tomar estas expectativas, que no dependen enteramente de nosotros, son una gran fuente de sufrimiento y que por eso deberíamos dejarlas ir. Schopenhauer sentenciaba que la vida es esencialmente sufrir porque es deseo, y el deseo es una expectación sobre una ausencia. Quien no quiere ni espera nada, no se decepciona: el dolor llega solo, la felicidad llega sola, todo ocurre, solo hay que ser pacientes y dejar que la vida opere por su cuenta, que el camino muestre. ¿Tenemos un deber, una obligación sobre cualquier evento? No, ninguna más que sobre nuestras propias acciones. Wu-wei, recomienda Lao Tsé: no actúes, no fuerces, deja que el río siga su curso natural. Por eso, vivir bajo las habladurías del mundo, el sobrepensar propio, la obstinación quijotesca, es una locura, una manera de negar la vida y sus bondades para tomar el infierno de la excesiva razón. ¿Acaso no era el diablo el rey de los discursos?

Con esto, mi última recomendación es The hype de Twenty One Pilots. Just don’t believe the hype. Simplemente no creas en la expectativa. La música no necesita más palabreo. Solo disfrútala.


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