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Apuntes de una clase de verano

Escrito por María del Carmen Urteaga Casas

Publicado: 2021-11-13

Carla salió de casa aquel jueves más temprano de lo habitual. Huyendo de la ponzoñosa atmósfera que atestaba su hogar desde que se descubrió la infidelidad de su madre, tomó su bicicleta y se dirigió a la casa del viejo Juan, un artista que debido al Parkinson y la progresiva pérdida de su vista, decidió incursionar en el mundo de la enseñanza. Su filosofía: inspirar. Le interesaba detenerse -más que en la técnica o en reconocimientos impuestos por la academia de artes- en el contexto, el simbolismo, la robustez y consistencia de la obra de los 8 elegidos de los cuales hablaría aquellos meses de verano.

Y es que aunque estaba perdiendo la vista por la edad, conservaba una mente lúcida, un tono envolvente al hablar... El brillo en sus pupilas fue la ‘cereza del pastel’ que logró en sus estudiantes un entusiasmo adoptado. Hablaba de un artista distinto cada semana, muchas veces saltando de continente en continente.

Pasó por el mercado 2 de Surquillo, se detuvo por 100 gramos de almendras. Cruzó el puente, al finalizar la calle de las antigüedades, se encontraba la casa melón frente al parque. Tocó el timbre, tras una corta espera abrió la puerta Sonia, la señora que cuidaba de Juan en ausencia de su familia.

-Buenas tardes Carlita, siempre tan puntual- dijo Sonia.

Carla, quien era una niña poco elocuente atinó a sonreír, conocía el camino perfectamente, fue la primera en entrar al taller, tiró su bolso al piso y se sentó.

Unos minutos más tarde entró Emiliano, un jóven de tal vez 14 o 15 años que desde que se inscribió a las clases jamás había faltado. Era tan retraído como Carla, motivo por el cual jamás se habían dirigido una palabra en todo ese tiempo. Carla observó su reloj, dos minutos más y el viejito Juan entraría por la puerta.

-¿Por qué no hay nadie?- se preguntó a sí misma. Sonia interrumpió el silencio, les trajo a los presentes un mate como de costumbre. Los minutos transcurrieron súbitamente, se sentían por el pasadizo los pasos viejo Juan.

-Bien, parece que el partido los tiene a todos entretenidos, salvó ustedes dos- mencionó al entrar a la habitación.

-El día de hoy les quiero hablar de un artista peruano, así nos aunamos al patriotismo que ha embargado a los casi 30 millones que están alentando a la eficiente selección- mencionó con avidez, ahorrándose la habitual tertulia inicial.

Emiliano sonrió, Carla mantuvo una faz inexpresiva. Estaba concentrada -quién podría ser- se preguntaba. Era la primera vez que el viejo les hablaría de un peruano.

Juan notó que Carlita estaba craneando un posible artista, motivo por el cual pidió su intervención.

-Szyszlo, Pancho Fierro, Tilsa Tsuchiya- mencionó Carla, titubeante.

-Viraremos hacia Oriente- dijo enérgicamente seguido de una tos por exceso de tabaco.

Rember Yahuarcani (el artista huitoto del cual les hablaré el día de hoy), es, sin duda, el poseedor de un legado admirable. Más allá de la particularidad de sus dibujos, la fulgente paleta que resalta frente al oscuro lienzo y los finos trazos que van dotando a su obra de luz. Los cuadros de Rember tornan evidente que hay muchas formas de hacer historia. Su producción es tan especial porque cada uno de sus cuadros carga con un legado común, la historia del pueblo huitoto. En sus obras representa vívidamente la mística, relatos, cotidianidad y tormentos que envuelven a su pueblo.

Rember Yahuarcani, Noche en el Río Ampiyacú, 2017. Acrílico sobre lienzo; 120 x 80 cm.

Y no solo ello, pasa de las remembranzas a dotar de una óptica e interpretación propia cada entrega...su obra no se observa, se vive...cada pieza, una experiencia.

-¡Gooooooooooolllllll!- se escuchó por toda la calle. El reloj marcaba las 6, Carla sabía que era hora de despedirse... tomó su bolso, guardó su pequeño cuaderno azul.

El viejo les agradeció su presencia, Carla recorrió en silencio los pasillos, como era habitual; sin embargo, cuando estaba a punto de cruzar el marco de la puerta principal y marcharse a casa, decidió aceptar la invitación que Juan les había hecho el primer día a toda la clase -permanecer unos minutos más y dialogar-, decirle al viejo cuánto la cautivaron sus historias, qué sensaciones la embargaba, mostrarle sus notas y dibujos, comprendió... para ser parte de algo más grande, era preciso generar comunidad.


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