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Apuntes del 14N

Dos historia de reencuentro

[…] entre eco y eco hay una música y en ella un ladrido, un dolor, un golpe seco...

Eduardo Chirinos

Publicado: 2020-11-24

Personajes:

Andrés: Joven estudiante de Ciencias Sociales en San Marcos, 20 años, participante habitual de asambleas universitarias. 

Dolores: Joven estudiante de Marketing en la UPC, 19 años, vive en la casa de sus padres.

Puntos en común: Ambos fueron a marchar el 14 de noviembre.

Desarrollo:

Sábado 14 de noviembre del 2020

(2:00 p.m.)

Andrés:

Quinto día de marcha continua y los calambres de las clases virtuales aparentan no existir. Mientras menos llevas es mejor, un short y un polo, un canguro con documentos, vinagre y dinero, el pedazo de un polo amarrado a la correa y zapatillas viejas con el empeine marcado. Salir (por fin) del cuarto pequeño a las afueras de San Marcos, caminar hasta la Colonial y tomar una combi hasta Dos de Mayo. Ahí nos encontramos todos: San Marcos, Pucp y UNAC llegan desde Colonial, UNI desde Alfonso Ugarte y Villarreal desde Piérola. Las banderolas se empiezan a extender en el suelo y los concursos de estudiantes se juntan con los suyos. Ha sido impresionante el sistemático olvido de la distancia social, nuestros compañeros dejan de ser voces robóticas para tener miembros reales, nos abrazamos, nos miramos de cerca, ‘ni la cámara más nítida me dejaba distinguir el color de tus ojos’. Juntos, de nuevo, con mascarillas y algunos menos. Nos sentamos en el suelo, cartulinas y plumones se reparten entre todos y nos dejan a la suerte del creativo en el grupo: democracia, dictadura, autoritarismo, contestatarios, conservadores, clasista, neoliberal, orgánico. La discusión atraviesa el tamaño y color de las letras, como suele ocurrir, no hay mucho tiempo para conversar la razón de las consignas.

Dolores:

Papá se ha animado a terminar de dibujar el folleto que comencé. Está haciendo méritos para que no me escape de casa y vaya a Plaza San Martín. Incluso me ha dicho que si la democracia es lo que quiero defender, puede llevarme hasta un punto de concentración cercano y luego de un par de horas, recogerme cerca de un parque de medio cuño a la espalda de una residencial. El día se desarrolla con impaciencia, las señales de una gran tragedia llegan de todos lados; el clima, siempre incierto en Lima, es nuestro primer augurio de que las brasas del calor van a sofocarnos. 24 °C no me parecen una buena señal para desplazarme a Plaza San Martín; me decanto, entonces, por el Parque Francisco. El trayecto es corto; la vista, bella y los jóvenes que acuden, lo son mucho más. Cada quien lleva una pancarta, todas con frases tan estrafalarias como "viejos lesbianos" o "generación del bicentenario". Los miro como si de extraños se tratara. "Somos los jóvenes los que defienden el país de la corrupción", gritan las arengas; a su vez, unos bailan mientras otros tocan el tambor y la alegría se desprende de cada uno de sus cuerpos. No, la clase política llena de viejos lesbianos no me representa, pero estos toribianitos tampoco.

(5:00 p.m.)

Andres:

Al momento de tomar Piérola, la policía ya había cortado el flujo de los autos que subían a Ramón Castilla. La cantidad de estudiantes en marchas casi siempre era reducida; para dar la apariencia de ser muchos, nos solíamos poner en dos filas pegadas a las veredas ocultando un medio vacío. Esta vez no fue necesario. Colectivos de universidades privadas (UPN, UPC, UARM) habían llegado tan o más preparados que nosotros, demostrando que los sueños de una FEP** para todos sucederían de forma más espontánea que voluntaria. Los Sikuris, reunidos con bombos y zampoñas, suenan mejor entre los gritos de una turba; ha pasado tanto tiempo, somos cachimbos que descubren el ritmo por primera vez- ¡somos los sikuris de los arguedas!- a nuestros adentros nos pesa el recuerdo de pedirles que salgan del comedor, que su bulla no nos deja conversar- ¡somos los Sikuris de los Vallejo!- quizás es su culpa también, no nos pasaron jamás las letras de sus canciones- ¡Mariátegui es el camino!*- Apenas cruzamos Camaná, nos dimos cuenta que Plaza San Martín estaba colapsada, nuestro recorrido habitual por las pistas aledañas iba a ser imposible, es ahí cuando entramos en cuenta de que habíamos pasado de ser el personaje principal de la acción colectiva a ser un grupo más que toma las calles. El sonido al interior de la plaza nos tenía confundidos, no eran arengas o batucadas, no era el encuentro entre personajes efusivos gritándole a megáfonos, era bulla, desorden, lo único uniforme eran los aplausos; estábamos frente a un clamor genuino, particular en nuestra escasa experiencia. El tiempo pasaba y los estudiantes no dejaron de llegar, cansados por el tiempo en reposo, exigimos una nueva ruta hacia Wilson. Algunos que intentaron buscar en sus mapas descubrieron una extraña escasez de señal, por lo que seguimos a la voz más fuerte- ‘¡Por Plaza Francia!’-.

Dolores

La concentración ha durado más de lo previsto, íbamos a salir a las 3, pero las personas han demorado demasiado en llegar. He pasado una hora tratando de comprender cuáles son nuestras demandas; pero no he encontrado más que una sola voz: Merino debe irse. Ya qué más da, estoy ahí con una pancarta en la mano y con el celular en la otra. No hay tiempo para retrotraerse y lanzarse a criticar. Luego de un rato, comenzamos a movilizarnos y los ánimos, muy tímidos al inicio, se fueron caldeando ante la curiosa mirada de los transeúntes. Ancianitas que desde sus balcones veían con orgullo a los manifestantes, tocaban enérgicamente sus cacerolas, pensando tal vez, que este podría ser el fin de una clase política que tantas arrugas les había trazado. Las lágrimas saltaron entre los manifestantes, la zozobra inicial se desvaneció, y después de algunos minutos, las miradas cómplices fueron dando paso a una energía difícil de ignorar: La generación del bicentenario será la encargada de desempolvar y finiquitar las promesas republicanas. Poco a poco mi voz fue haciéndose más fuerte y empecé a interiorizar algunas de las arengas. Sí pues, Merino no me representa. Tienen razón, la corrupción es un mal generalizado. Así es, con ese señor serían 3 presidentes en menos de 5 años. ¿Vizcarra?, ¿quién era?, claro, ¡otro corrupto más!, no pues, no quiero vivir en un país así.

(8:00 p.m.)

Andres:

Plaza Francia - Wilson - Paseo Colón - Grau - Essalud- cada vez más cerca de entrar a Abancay. La decisión de voltear la esquina no ha dejado de ser complicada. Tu compañero del costado se empuja de golpe un poco de salbutamol y tú le tocas el hombro como pidiéndole que se vaya. Las filas voltean y se ordena la formación. Casi siempre teníamos una comisión de seguridad y otra de logística. El trabajo de la primera incluye tres pasos: ubicarse a cierta distancia de la línea de seguridad policial, permitir que un voluntario de espaldas se ponga en dirección al vacío entre dos escudos policiales y, por último, que todos los de atrás, en el intento de formar una punta de lanza, empujen al escogido y sobrepasar a los efectivos; todo esto orquestado por la arenga ‘avancen, avancen, no dejen de avanzar, el pueblo organizado siempre vencerá’. Por otro lado, la segunda comisión se encargará de pasar a los compañeros implementos para reducir los efectos de las bombas lacrimógenas, estos elementos pueden ser vinagre blanco, bicarbonato disuelto en agua o acetona (los implementos cambiaron a medida que fuimos notando que los componentes de las  bombas podían ser distintos). Sin embargo, la coyuntura nos tenía preparado un escenario bastante distinto. A las dos comisiones comunes se le agregaran otras dos igual de importantes: la comisión de desactivación de bombas y la brigada médica. En San Marcos ya habíamos aprendido a desactivar bombas, en el marco de la toma del 2019, pero no habíamos designado un grupo específico para esa tarea. Sus manos, cubiertas con guantes de ferreteria, cargaban botellas grandes de agua con bicarbonato, llegaban listos para ubicarse detrás de la primera línea. En medio de la impresión, habíamos dejado atrás dos cuadras y los espacios entre la gente se hacían cada vez más pequeños. Los rostros conocidos eran cada vez menos y en su lugar se apreciaban pequeños grupos identificables: barristas, skaters, metaleros, seguro de Quilca, tal vez de San Isidro, notoriamente indecisos sobre qué hacer, pero dispuestos a cuidar la espalda de un desconocido. Rozamos Inambari y ante nosotros, tres filas de policías cerrando abancay. Tomamos impulso y apuramos el paso.

Dolores:

Regresé a casa a eso de las 8 de la noche. Tenía la mascarilla mojada y las zapatillas sucias, sin mencionar lo fatigada que me encontraba. Lo primero que hice fue revisar las notificaciones del celular. Quería saber si las amigas que, contra todo pronóstico, se habían aventurado a marchar en el Centro de Lima, ya se encontraban en sus casas. Esperé más de media hora a que respondieran los mensajes. Ninguna de ellas daba señales de vida. Mientras tanto, me angustiaba con solo ver los estados de whatsapp y las publicaciones de twitter. La violencia se había apoderado de Lima; y una suerte de pequeños grupos de apoyo se iba a formando entre nosotros, después de todo, éramos los que nos encontrábamos seguros en nuestros hogares. Se estableció una regla implícita: Compartir toda la información posible, aunque fuera falsa, aunque no tuviéramos las fuentes, aunque nos doliera el corazón. Si la prensa corrupta no tenía ganas de hacerlo, nos tocaba a nosotros informarle al mundo lo que estaba sucediendo. Fue así como fueron desfilando frente a las pantallas de cada celular los mapas de las zonas "tomadas" por la policía, screens de conversaciones de algún familiar de terna que profetizaba una terrible represión, videos desesperados de gente corriendo y siendo violentada, y una lista interminable de desaparecidos. Un infierno se había establecido en el Centro de Lima, y todos los peruanos estábamos siendo testigos de él.

(10:00 p.m.)

Andres:

Lo que pasó en las siguientes dos horas no lo tengo tan claro, el dolor de un dedo doblado al caerme me quitó por un momento la capacidad de recordar. Dejé de tocar el brazo de mi amigo cuando el vapor nos encerró. La policía, normalmente, dejaba bombas en el suelo para que huyamos hacia atrás, pero ahora las tiraban metros adentro de nosotros, ¿cómo esperan que no huyamos hacia adelante? La reja que divide la vereda de la pista dejó su marca en el torso de aquellos que corrían sin ver. Muchos que no llevaban trapos, intentaban humedecer papel higiénico para limpiarse los ojos. Todos corriendo, el sudor extiende el ardor por toda la cara y si no lo has sentido antes es fácil pensar que puede durar horas. Dos chicas no pueden respirar, les digo que tosan, que se generen flema a la fuerza, que es la única forma de tomar un poco de aire; y las bombas caen y caen. Los desactivadores ya han llenado sus botellas, tratan de ocultar con su cuerpo el vapor como cuando intentas sostener arena entre los dedos. Algunos tiran aserrín, yo pateo las que puedo con la fuerza que me queda, mascarillas sin dueño son pisadas, escudos improvisados se ordenan al frente de un grupo pequeño, avanzan por instinto, buscan impedir que los perdigones lleguen a los que son atendidos. Desde el cielo, una línea en desorden se quiebra hacia nosotros, impacta contra el suelo y difumina nuestro ambiente, el láser verde de un joven caído apunta hacía arriba sin puntería y las bombas caen y caen. Nos siguen de Azángaro a Colmena, algunos se meten en el parque Universitario para tomar distancia y respirar sin mascarilla, no hay salida, tocamos el brazo de alguno preguntando si está bien, si le falta algo, hasta quieres abrigarlos con tal de ser de utilidad. San Martín está ausente de luz, personas mayores que disfrutaban del espontáneo carnaval se arrepienten de llevar a sus hijos, Carabaya cerrada, Unión cerrada, Piérola Cerrada, aquí no hay comisiones ni primeras líneas, no hay muestra de querer chocar contra alguna autoridad, no hay piedras, ni bengalas, ni vinagre, ni acetona, aún asi, las bombas caen y caen. Cortos de sentido, esperamos que las cosas acaben de una vez, con las gargantas maltratadas aplaudimos dando ánimo. Las cosas habían sido tan distintas que era de esperarse una respuesta singular, varios heridos son trasladados a Plaza Francia en donde algunos carros los llevan de emergencia. En intervalos de silencio, enfocado en escucharme, repetía la misma demanda: por favor, que ninguno se permita dejar de respirar.

Dolores:

Cuando en un enfrentamiento alguien sale herido, casi siempre ocurre que el perjudicado es el que atrae mayores simpatías, en especial si no hubo proporcionalidad en la pelea. En ese momento solo quedan dos formas de terminar un encuentro: Que una de las partes decida retirarse o, en su defecto, que ya no pueda seguir peleando. Sin embargo, cuando la violencia viene de una institución encargada de la defensa de los ciudadanos, y el contexto es una protesta, la muerte de dos jóvenes universitarios solo puede devenir en un símbolo, cargado de un contenido más o menos complejo.

Jack Pintando e Inti Sotelo fueron asesinados antes de que el 14 de noviembre se acabara, en medio de una lucha que había demorado 20 años en estallar. Los cacerolazos, tocados en honor a las víctimas, no se hicieron esperar. La indignación nos invadió en lo más profundo, pues era inevitable pensar que esos dos jóvenes pudieron ser cualquiera de nosotros.

Llegó el final del día.

Las lágrimas, involuntariamente, cayeron de mis ojos. Estaba destrozada.

*Canción Sikuri, una de las tantas.

**FEP: Federación de Estudiantes del Perú, las cosas que ha intentado y no ha logrado son incontables.


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Empates

Estudiantes ensayando


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